miércoles, 5 de abril de 2017

XXVI CUADERNO LITERARIO “ESCRITORES EN CUDILLERO”

Tal y como prometimos, a continuación reproducimos el XXVI Cuaderno Literario "Escritores en Cudillero", en homenaje póstumo a su autora, la entrañable Paloma Gómez Borrero, así como el prólogo de Monseñor Raúl Berzosa, en la actualidad Obispo de Ciudad Rodrigo. Las ilustraciones que complementan el texto, son obra de José Ramón García Fernández, "Munchu´" (Villaviciosa, 1936)

PRÓLOGO

A PALOMA GÓMEZ BORRERO
…A modo de presentación innecesaria para quienes ya te conocemos… Pero necesaria para quienes tendrán aún la suerte de descubrirte…

                                                        I                                         Raúl Berzosa

Paloma  bebió con rapidez su taza de café. Con el portátil en la mano. Para no esperar el ascensor, bajó presurosa la escalera. Respiró el primer aire de la mañana romana y, en su pequeño utilitario blanco, hizo el recorrido por las calles de casi todos los días. Su móvil no dejaba de sonar. Era una mañana cualquiera en la ciudad eterna.
 Muy pronto, se encontró ante los muros del Vaticano. Entró por la puerta de Santa Ana. La Guardia Suiza no le pidió documentación; ni siquiera hizo ademán de preguntarle nada. Sabía perfectamente quién era Paloma. En los interiores del Vaticano, nada le resultaba desconocido y a nadie pasaba desapercibida. Y, sin embargo, no se acostumbraba a la rutina. Paloma estaba dotada de ojos y de corazón para ver y sentir la realidad siempre de forma nueva, aún la más prosaica y cotidiana.
Paloma era, de profesión comunicadora, pero había nacido poetisa-profeta en nuestras días, la época de la postmodernidad-ultramodernidad, donde el “sálvese quien pueda; todo es relativo; viva el momento presente; el último que apague la luz; consuma lo light”, son tópicos convertidos ya en forma de vida. O cuando el náufrago existencialista se ha convertido en vitalista.
 Después de hablar con algún monseñor, del que recavó lícita e interesante información, a pie, se dirigió a la Sala de Prensa del Vaticano. Atrás dejaba la columnata de Bernini y se adentraba en los soportales del inicio de la Via della Conciliazione.
 Aunque  era todo movimiento y los  semáforos dirigían las riadas de autos y turistas en todas las direcciones, Paloma sabía que su Roma del alma,   veces, permanecía sumida en una especie de sueño, en un inacabable letargo, en un secular encantamiento.
         Todo  en ella funcionaba automáticamente, como un inmenso mecano, como un robot de la última generación cibernética: los semáforos tardaban 45 segundos en cambiar de color, los ascensores caminaban todo el día hacia arriba y hacia abajo, y ella, desde cualquier rincón, como forma  honrada de ganarse el pan de cada día, enviaba crónicas, a veces escritas y, la mayoría habladas; a veces muy meditadas y, otras, razonable y magistralmente improvisadas.
Con su pasión de mujer vitalista y siempre enamorada, gustaba experimentar la vida en colores y descifrar el abanico de los mismos: el blanco y el naranja, colores de la vida. El verde, de la naturaleza;  el rojo, del amor;  el azul, del cielo romano; el amarillo, del Vaticano, y el gris de sus monumentales piedras; y hasta el morado, de la muerte y de la esperanza
Hoy era un día muy especial: tenía una cita;  un encuentro lejos de su Roma querida. No era un viaje más, acompañando al Papa. Nos situamos en el mes de Mayo y el avión, casi puntual, la llevaría a Madrid para, cercana la puesta del sol, en otro de esos ingeniosos y valiosos artefactos que retan la gravedad, dejarla en Asturias. Su punto de llagada: el mágico Cudillero, la inmortalizada “Rodillero” en la literatura de D. Armando Palacio Valdés. Había aceptado participar en la Fiesta Literaria de la Mar y convivir unas mágicas horas con los pixuetos.

                                            

                                              II

         Por este motivo, y por otros afines, algunos de los suyos -quienes más decían conocerla- afirmaban, con cierto aire de superioridad que Paloma era una bohemia,  una sentimental, alguien imprevisible en quien mandaba más el corazón que la cabeza. Y, en el fondo, ¿por qué?... ¿Porque gustaba de estar con la gente y acudir allí donde la reclamaban, aunque, como en este caso, fuese una población no muy grande, cercana a la desembocadura del río Nalón, a unos 50 kms. de la capital asturiana?… ¿ Y así experimentar siempre sensaciones nuevas, y descubrir lugares de ensueño?...
     No; había más: Paloma había nacido trotamundos, ciudadana universal, “católica” en el sentido más puro de la palabra... Y, ¡oh terrible fortuna!, precisamente en la primera mitad del siglo XXI: el siglo de la globalización, de la cibercultura, las estadísticas, el marketing, la reconversión industrial, las terapias de grupo, la civilización del ocio y de la comunicación interactiva... Ella guardaba un  gran secreto: somos peregrinos, nuestra condición es ser “mulier et homo viatores”…

                                                       III

          Muchas veces, vulnerable,  mendiga, al borde del abismo entre el todo y la nada, Paloma  no sabía muy bien si ser periodista-itinerante era una gracia o una desgracia; ni siquiera si era una pasión compartida por muchos o  por unos  pocos. Como en otro tiempo hiciera el manchego Don Quijote, se preguntaba quiénes son los locos y  quiénes los cuerdos: ¿los que entran en la rueda del consumismo y de la vulgaridad o, los que saliendo de ese mismo laberinto, contemplan el paso del tiempo y de la vida por encima de mensajes, ideologías y rutinas al uso?
        ¿Por qué ocultarlo? - Su postura no era fácil ni cómoda: ir contra corriente significaba lo que el escritor esculpió con palabras de fuego: “Tener la verdad, es comenzar a sufrir; defenderla, comenzar a morir”. Pero, ¡bendita muerte que es la puerta de la Vida!
       En cualquier caso, Paloma no vivía sólo para cumplir objetivos, realizar tareas, o llegar a unas metas bien precisas. Era lo que era, y era como era. Vivía  el presente. El pasado se había desvanecido; el futuro no había llegado. Gustar el presente y sentirse a sí misma presente: éste era su único secreto y la razón más profunda para seguir adelante. Nada le turbaba profundamente. Aprender, para ella, era descubrir lo que ya sabía. Y, sin embargo, se sentía cada día, en cada momento, y al mismo tiempo, aprendiz y maestra. En definitiva su único deseo era ser fiel a sí misma. ¿Era lo mismo que redescubrir constantemente su identidad? - Sí y no. Era, eso sí, aprender a decir su propia palabra en la vida, única, original, irrepetible. Porque la vida es mucho más que un laberinto cerrado y sin salida…y porque la vida no puede vivirte…

                                                   IV
        
         El avión aterrizó en Ranón con envidiable puntualidad. Antes de participar en la Fiesta Literaria, quiso, aunque no fuera más que por unos privilegiados momentos, descubrir el Cudillero más genuino: su barrio pixueto. Bajó al puerto. Miró en dos direcciones: al frente, la mar. Y, a su derecha, las casas casi colgantes, mitad marineras y mitad semirurales. Y, entonces, sólo entonces, encontró como la llave de una nueva luz, de un nuevo por qué, de una nueva respuesta. Fue como una intuición, a la que no se atrevió ni siquiera dar nombre. Sintió que aquello no le era desconocido. Tampoco un sueño. En su cabeza, los interrogantes se multiplicaban; en su corazón se transformaban en vuelos de luz y libertad, en sentimientos de profunda alegría.
        El vértigo de de las sensaciones inundaban y ahogaban sus huesos, sus fibras, sus porqués más inconfesables. El sol, ya casi escondiéndose, la semioscuridad que nacía en el horizonte, la bella combinación de naturaleza y obra humana, trasparentaban las formas y, al mismo tiempo, ocultaban un cierto misterio. Detuvo sus pasos; reposó, durante unos minutos, en el banco de madera más cercano al mar. Cerró sus cansados párpados. Y descubrió, de nuevo, dentro de ella, ese espacio y esa presencia inabarcables. Entonces comprendió que era hija de las preguntas, faro desnudo y caprichoso, a veces, en medio de la niebla de la vida.
 Escuchó el agudo canto de unas gaviotas.  Abrió los ojos y volvió a experimentar una total y profunda experiencia de plenitud... Con el corazón, todavía encogido, pudo exclamar con un hilo pequeño, pero profundo, de voz: ¡“Existe la novedad”!...
 Cuando la llamaron por su nombre, la fragilidad de sus propias y más encendidas emociones dejó paso a la ruptura del hechizo: volvía a ser de nuevo Paloma Gómez Borrero.

                                                    V
        
         Ya, en la habitación de su hotel, ante su portátil, tratando de imprimir lo que serían sus palabras como invitada en la Fiesta Literaria,  redescubrió el símbolo mágico y casi mítico de nuestra era: el ordenador. Fue capaz de retarle, de mirarle con ojos diferentes, y, lo que es más importante, de arrancarle su secreto.  Ahora sabía por qué esa máquina cibernética, nunca hablaría, ni gustaría, ni sentiría: le faltaban ojos para contemplar, manos para alargar su memoria, corazón de carne para compartir y vibrar.
        Todo lo contrario de ella, de Paloma. Cuando se engolfaba en sus más íntimos sentimientos, se experimentaba como un ser complejo y poliédrico, como un puzzle o mosaico ecléctico: luces y amores de Juan de La Cruz; ironías quevedescas; tulipanes  y saudades de Bécquer; búsquedas y preguntas  de José Hierro; malvas y ternuras de Juan Ramón Jiménez; oraciones y blasfemias de León Felipe. En definitiva, escritora sentiente de lengua afilada, ojos de búho, corazón de niño, manos de madre y pies de peregrino. Extraña y real combinación para entretejer una existencia.
           En su ser luchaban personas, vivencias, tiempos, escritos. Y se preguntaba ¿cuándo y dónde encontrar la unificación?... Es cierto: también gustaba sensaciones de reposo; las menos. Y en el fondo, todo era consecuencia de ese necesitar buscar más y más… y de esa vocación por descubrir y hermanar nuevas gentes y nuevos lugares.

                                                        VI
        
     ¿Sería hoy comprendida su palabra y su mensaje? ¡Qué importaba! Ella pondría toda su fuerza, en su corazón y en sus labios. De cualquier forma, habría merecido la pena descubrir este Cudillero acogedor y generoso; su paisaje y su idiosincrasia únicos.
         Caminaba hacia el salón literario. De nuevo, un regalo inusual: la belleza del atardecer con el sol poniente de frente, perdiéndose-desgranándose en el horizonte, nadando entre luz y agua… ¡Bastaba un atardecer!
        Como en otras muchas ocasiones, con el rito de siempre, cogió sus cuartillas, que le servirían de guión. Lo escrito, ante todo y sobre todo, quería ser vida.  “De la vida sólo se puede hablar desde la vida”, se repetía una y otra vez. Lo hablado será sólo un medio, un sacramento, un puente. Sin los ojos el hombre es un ser ciego. Sin la palabra,  no es posible ser hombre.
      Definitivamente, Paloma era diferente. Había nacido poetisa-profeta, rastrea-dora de verdades, testigo de lo auténtico, soñadora libre, aventurera de lo intrépido. Paloma no era sólo Paloma; Paloma no era solo la “novia del Papa”; su vida no era sólo su vida; su presencia no era sólo su presencia; sus palabras no eran sólo sus palabras. Parafraseando a Tagore: “!Mujer, Paloma, eres, en verdad,  mitad mujer y mitad sueño!! 
      Finalizo con unas coplas que, con tanta gracia, cantan los pixuetos y pixue- tas, aquí, en Cudillero. Te las dedican ellos con cariño; me atrevo  a ponerlas voz en esta tarde-noche tan mágica y entrañable:

“Dicen que tienes, que tienes,
morenita encantadora,
dicen que tienes, que tienes,
la sal del mundo en arrobas…

Tienes unos ojos niña,
que alumbran más que la luna,
como que cuando los cierras
se queda la tierra a oscuras…

La despedida te doy;
la que da Dios en lo alto;
gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo”


Paloma, gracias por haber venido y estar entre nosotros.
Gracias por descubrirnos lo mejor de nosotros mismos.
Gracias por haber dignificado tu vocación de periodista.
Gracias por tus palabras, siempre llenas de ternura y color.
Gracias porque eres un regalo del Dios Bueno y Amoroso.
Gracias, sencillamente, por  ser como eres y lo que eres.
Que el Señor te siga bendiciendo: “¡Vivas, crescas, floreas!”


                                    + Raúl Berzosa, Obispo Auxiliar de Oviedo
                                                    17 de Mayo de 2008.


XXVI CUADERNO LITERARIO “ESCRITORES EN CUDILLERO”

DE ROMA A CUDILLERO:
DE MAR A MAR

Autora: Paloma Gómez Borrero


Buenas noches.
Comprenderán que estoy un poco emocionada después de haber escuchado todo lo que ha dicho don Raúl, al que conozco y quiero desde hace muchos años y que tienen todos ustedes la suerte inmensa de tener muy cerquita y muy cercano. Gracias, don Raúl, por sus palabras.



            Queridos amigos:

            De Roma… de Roma se puede ir a cualquier sitio. También a Cudillero. Estoy por decir que mucho mejor a Cudillero que a cualquier otro lugar. Porque venir de Roma a Cudillero es ir, como dice el Salmo, “de mar a mar”.
            Quien viene de Roma, viene de las orillas del Mare Nostrum, un mar grande, arrogante, empenachado por ambiciones seculares de Imperios rotos a jirones en medio de su oleaje. Un mar tan ensoberbecido en su crestería de espuma blanca, que consiguió el nombre de Mar Medi Terraneum: “el mar que está en medio de las tierras”; como quien dice: el mar de los mares, el único mar. ¡Como que es el mar interior más grande del mundo y el único que se da el gustazo de lamer las costas de las tres penínsulas del sur de Europa: la Ibérica, la Itálica y la Balcánica! Lo cual es tanto como decir que el Mediterráneo es el mar más gitano, el más embaucador, el más chulo, el más ardiente y… el más torero, vaya. Se adorna con un saludito breve a otros dos marecillos a los que mira con indisimulada conmiseración: el Mar Negro y el Mar Rojo. Se asoma, displicente, por el estrecho del Bósforo, a mirar al primero, sin dedicarle siquiera una sonrisa. Y al segundo le hace un guiño gallardete desde la balconada de sol del Canal de Suez. Negro y Rojo… ¡Qué horror de mares! Negro como el luto… rojo como la sangre.
            Eso sí, cuando el Mediterráneo se pasea por el estrecho de Gibraltar, sintiendo en sus entrañas el cosquilleo de los langostinos de Sanlúcar de Barrameda y los camarones de Cádiz, ¡entonces sí!, entonces ensaya el mejor gesto para dar los buenos días al Atlántico. Porque este sí que es un océano. Eso, ¡lo primero! Y después… es que es el padre del Cantábrico. Y éstas son palabras mayores, por muy Mare Nostrum que sea el Mediterráneo y por mucho que conserve cien mil cédulas nobiliarias en sus baúles.

         
   Que sí, que se lo digo yo que vengo de allí. Yo que he sentido ayer en el rostro, ya bien temprano, di buon mattino, como dicen los italianos, el bofetón sudoroso de la brisa mediterránea, y que ahora, un puñado de horas después, me siento acariciar por el frescor cantábrico. Lo que les digo: de mar a mar. Del zarandeo de olas embravecidas que pasan a través del non plus ultra, al non plus ultra de la serenidad deleitosa que pasa a través de Cudillero y se queda en cada una de las calles de Cudillero y empapa de luz atardecida los horizontes infinitos de Cudillero.
            De mar a mar… Vengo de aquél, tan potente, tan pagado de sí, tan dominador, tan mar de los mares. A éste, tan discreto, tan insonoro cuando no se viste de galerna, tan recatadamente agazapado en una cornisa donde anidan las gaviotas y donde van a decirse “¡quieroté!” los enamorados. Y… ya ustedes adivinan con cuál me quedo, ¿verdad?
           Y miren que el Mediterráneo tiene su aquél… Sobre todo porque evoca a un Pescador con la P mayúscula, lugarteniente de otro Pescador con más mayúsculas todavía… El Mediterráneo vino a ser, hace dos mil años, el pasillo de la casa de Pedro. Ese Pedro que debe hoy sentirse tan mal, tan poco a gusto en su broncíneo pedestal, al que miles de peregrinos  se acercan a besar y a tocarle el pié. Cuando les veo, se me dibuja por dentro una sonrisa recordando los versos que me escribió Rafael Alberti, que quizá alguno de ustedes conozcan:

Di Jesucristo ¿por qué
me besan tanto los pies?

Soy San Pedro aquí sentado
en bronce inmortalizado.

No puedo mover los pies
ni pegar un puntapié,
pues tengo los pies gastados.

Señor, déjame bajar al río.
Déjame ser pescador,
que es lo mío.

            Pues a aquel Simón, aquél pescador impulsivo y noblote, el Maestro le cambió el nombre (Cefas=Piedra=Petrus) cuando le encargó encabezar una lista misteriosamente ininterrumpida de pescadores. ¡Ya van 265! Yo me he pasado la mitad de mi vida hablando de uno de esos pescadores. Se llamaba Karol, Karol Wojtyla. Un día, el Pescador de la Mayúscula más mayúscula, también le cambió el nombre. Y el mundo le conoció por Juan Pablo. Dio voz a los que no la tenían; a la  Iglesia del silencio y a los que sufren injusticias, a los que les pisotean sus derechos, a los desheredados, a los más pobres y abandonados. Mijail Gorbachov, en aquél viaje histórico en el que por primera vez un Secretario de la Unión Soviética entraba en el Palacio Apostólico para encontrarse con él, al salir de aquella audiencia extraordinaria, en la que estuvieron a solas nada más y nada menos que sesenta minutos, el político le dijo: “Me siento feliz de encontrarme ante la Autoridad más grande que tiene el mundo; me siento orgulloso porque es un eslavo”. Y Juan pablo le respondió: “Somos dos eslavos, señor Presidente, a los que la Providencia ha puesto en el mismo camino, porque tenemos que hacer un mundo de paz”
            Era un ser extraordinario. No dejó mar por pescar; ¡los barrió todos! O mejor dicho, le quedó uno: Cudillero. Pienso que Juan Pablo II, aquel amante de la naturaleza y de la vida, de la verdad y del amor, la hubiera gozado mucho aquí. Hubiera estado feliz pescando una tarde en esta villa marinera, sorprendiendo a los pescadores pixuetos para hacerse uno de ellos. Que también sabría él arrojar huevas al seno fecundo de la mar, aguardando el gozo de la recolección en esa pesca de hombres en la que vivió empeñado hasta la extenua
            A aquél fornido Pescador polaco, que se metió al mundo entero en su red barredera yo tuve el privilegio de seguirle en sus 104 viajes. Pero, ¡ay!, no pudimos venir a Cudillero. Y ahora me encuentro aquí, medio hipnotizada por el embrujo seductor de su hablar, de su cantar, de su yantar, de su danzar… Yo no sé -¿qué quieren que les diga?- si el nombre de Cudillero viene de un codillo de la majestuosa montaña astur. Tampoco sé si los primeros pixuetos unos pescadores que se refugiaron aquí en el fragor de una tormenta cántabra. Pero no me cuesta creer que la leyenda tenga no pocos ribetes de verismo. Porque yo me refugiaría aquí, sin dudarlo, para huir de mis tempestades cotidianas. Roma es una tormenta permanente. Su tráfico, su calor, sus prisas… La Roma temporal está tan entreverada con la Roma eterna, como lo están el hombre carnal y el espiritual. Y, claro, las tormentas traen un aparato eléctrico en proporción a esa mezcla.
            Me refugiaría aquí, sí. Y, sentada frente al mar, me dejaría sosegar por el eco de aquella voz cálida, enérgica, amasada de verdades imperecederas. Y, junto a la playa del Olio, con el retablo de fondo de La Peñona y La Redonda, escucharía los sones de esa voz, rebotando limpia en los tornavoces de de Brañaseca, Novellana o San Martín de Luiña. Y la voz repetiría aquí lo que hace casi 20 años dijo Juan Pablo II a la gente de la mar en un puerto comercial tan emblemático y muy vinculado a España, como el de la italiana Gaeta:

“El mar, con el cual la historia de vuestro pueblo está estrechamente ligada es, como sabemos, una criatura de Dios, una manifestación de la grandeza de Aquél que guía nuestras vidas en el tiempo. Pero la misma imagen del mar, no siempre pacífica y serena, a veces incluso atemorizante, nos sirve también para recordar las pruebas a las que Dios nos somete de tanto en tanto para probar la fuerza de nuestra fe y la firmeza de nuestra esperanza. Aun así, nosotros sabemos que no hay en la vida tempestades de las que el Señor no pueda salvarnos, para reconducirnos al puerto de la seguridad y de la paz”.

           
           Tenía que ser él, el genial e inolvidable Pescador polaco, el primer Papa (¡fue el primero en tantas cosas!: el más viajero, el primero que cantó y que bailó con los jóvenes, el primero que entró en una Sinagoga y en una Mezquita, en un campo de exterminio, el de Auschwitz, al que él llamó el “Gólgota contemporáneo”, donde el hombre fue más cruel que nunca con el hombre, pero donde también puede existir el amor, decía que tenía que ser el primer Papa que presidiera una ceremonia deliciosa: “Los esponsales con el mar”!, en Cervia, Rávena. Fue en mayo de 1986. Allí, frente al Adriático (otra vez el Mare Nostrum…), dijo Juan Pablo II:

“He bendecido el mar como se bendice la casa, porque el mar para vosotros es el espacio de la casa prolongado, el lugar donde compartís vuestras vicisitudes ciudadanas. Lo he bendecido como se bendicen los campos que dan el sustento. Lo he hecho para expresar junto con vosotros sentimientos de gratitud por el pasado y para invocar protección para el futuro.

Para vosotros el mar es generoso, más aun que los campos. Vosotros lo mantenéis precioso, como los agricultores la tierra. El mar es vuestra tierra: los marinos no sólo viven en el mar; viven del mar y casi para el mar…

El rito de los esponsales del mar es una imagen muy bella, nacida en clima cristiano, con un fuerte significado. Quiere decir que vosotros pensáis siempre en el mar, no sólo como medio de vida, sino casi como una realidad viviente que forma un solo cuerpo con la ciudad… Cristo ha establecido un vínculo particular con toda la realidad de la naturaleza, y con su Redención ha conferido a la naturaleza una dignidad y una nobleza que son, al mismo tiempo, un privilegio y un reto” Vosotros, los de Cudillero, cuidáis con tanto mimo vuestros bosques, vuestros acantilados, vuestro mar, el paisaje, porque sabéis que es verdad que si quieres la paz, debes preservar la naturaleza.

            La verdad es que suenan bien estas palabras aquí, en Cudillero, cuyo escenario natural podría servir a un preciador para tejer con descripción colorista el episodio de de la tempestad calmada por Jesús en aquel pequeño mar de Tiberíades: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Y levantándose, gritó a los vientos y al mar y vino una grande bonanza”. Y se me antoja que surgió Cudillero, “al pie de una alta meseta rota por un barranco que va a morir al mar”. Surgió Cudillero como un prodigio vertical, como un canto silente a la trascendencia, como un rotundo mentís que se impone con personalidad arrolladoramente propia a todos los horizontalismos esterilizantes que en el mundo han sido, son y serán. Surgió Cudillero, como un dulce, irresistible tirón hacia las alturas. Surgió Cudillero, como un piropo engarzado en la gargantilla risueña de la cordillera Cantábrica.


            Definitivamente, queridos amigos, me quedo con este mar. Para los que quieran imperios, que a la postre naufragan, quédese el  Mare Nostrum (¡el Mare Summum!) con todos sus Leviatanes retozando en piruetas de arrogancias inservibles. Yo, quiero sentir en mi rostro la caricia mágica de la brisa que sube por “La Rodilla Astur”; me quedo con esta cornisa hechicera del Cantábrico, y con este monumento divino a la naturaleza y a la sabiduría del hombre que es Cudillero.
            De Roma a Cudillero. Sin dudarlo. De mar a mar. Pienso que incluso a San Pedro, el rudo y fogoso pescador galileo, le hubiera gustado echar la red en vuestro mar… Como entonces no pudo ser, ha querido quedarse como Patrón… ¡Pedro de Galilea, se ha hecho pixueto para siempre! ¡Qué suerte tiene él… y… Vosotros!
            Y permitidme que os diga sobre todo: Gracias. Gracias por haberme hecho el regalo de venir hoy y de conoceros. Gracias por haberme descubierto un Paraíso en la tierra… porque Cudillero es… ¡El Piropo de Dios a la Madre Tierra!

            Muchas gracias.

oOo

            Me van a permitir, porque va a resultar casi imposible saludarles y agradecerles a todos el cariño con que me han acogido. A todos los amigos que me han ido llevando y enseñando todos los rincones del Concejo esta mañana: Las Brañas vaquerias, las iglesias de San Martín y Soto de Luiña, la capilla del Humilladero y, por supuesto, he estado en la ermita de Santa Ana de Montarés y, cómo no, he “rustrido” las cadenas por mi cuerpo…
            Y, para terminar, quiero contarles algo que existe en Nápoles y que es, yo creo, lo que quería expresarles a ustedes. Nápoles es una ciudad que ha pasado desde las erupciones hasta la miseria más grande y sin embargo -o acaso por ello- donde existe la verdadera solidaridad y donde descubrí algo que me emocionó mucho.
            Íbamos unos cuantos compañeros por el barrio más pobre de Nápoles, el de Forcella, y entramos en un café –Nápoles huele a café, el napolitano tiene que beber café aunque no pueda comer, por eso es tan famoso el café a la napolitana-. Bien, entramos en aquél café, tomamos nuestro expresso y vimos que un señor llega y pide “Un café pagado”. La cajera dijo: “Un café pagado para el señor”. Después de un rato, entra otro y dice: “Un café para mí y dos pagados”. Sentimos una gran curiosidad, por lo que me acerqué a la cajera y le pregunté qué significaba eso de un café pagado, dos pagados. Y me respondió: “El primer señor que ha venido, no tenía dinero para pagarse el café; el otro, en cambio, sí tenía y ha dejado dos cafés pagados. Tenemos siempre cafés pagados para quien no tiene posibilidades de tomarse uno”. Yo creo que eso es solidaridad auténtica.
            Pues bien, quiero decirles que ustedes en Toma, cerca de la Plaza del Vaticano, en la viale Angélico, tienen siempre un café pagado.


Paloma Gómez Borrero
17 de Mayo de 2008

No hay comentarios:

Publicar un comentario