Tal y como prometimos, a continuación reproducimos el XXVI Cuaderno Literario "Escritores en Cudillero", en homenaje póstumo a su autora, la entrañable Paloma Gómez Borrero, así como el prólogo de Monseñor Raúl Berzosa, en la actualidad Obispo de Ciudad Rodrigo. Las ilustraciones que complementan el texto, son obra de José Ramón García Fernández, "Munchu´" (Villaviciosa, 1936)
PRÓLOGO
A PALOMA GÓMEZ BORRERO
…A modo de
presentación innecesaria para quienes ya te conocemos… Pero necesaria para
quienes tendrán aún la suerte de descubrirte…
I Raúl Berzosa
Paloma bebió con rapidez su
taza de café. Con el portátil en la mano. Para no esperar el ascensor, bajó presurosa
la escalera. Respiró el primer aire de la mañana romana y, en su pequeño
utilitario blanco, hizo el recorrido por las calles de casi todos los días. Su
móvil no dejaba de sonar. Era una mañana cualquiera en la ciudad eterna.
Muy pronto, se encontró ante los muros del Vaticano. Entró por la
puerta de Santa Ana. La
Guardia Suiza no le pidió documentación; ni siquiera hizo
ademán de preguntarle nada. Sabía perfectamente quién era Paloma. En los
interiores del Vaticano, nada le resultaba desconocido y a nadie pasaba
desapercibida. Y, sin embargo, no se acostumbraba a la rutina. Paloma estaba dotada
de ojos y de corazón para ver y sentir la realidad siempre de forma nueva, aún
la más prosaica y cotidiana.
Paloma era, de profesión
comunicadora, pero había nacido poetisa-profeta en nuestras días, la época de
la postmodernidad-ultramodernidad, donde el “sálvese
quien pueda; todo es relativo; viva el momento presente; el último que apague
la luz; consuma lo light”, son tópicos convertidos ya en forma de vida. O
cuando el náufrago existencialista se ha convertido en vitalista.
Después de hablar con algún monseñor, del que recavó lícita e
interesante información, a pie, se dirigió a la Sala de Prensa del Vaticano. Atrás dejaba la columnata
de Bernini y se adentraba en los soportales del inicio de la Via della Conciliazione.
Aunque
era todo movimiento y los semáforos
dirigían las riadas de autos y turistas en todas las direcciones, Paloma sabía
que su Roma del alma, veces, permanecía sumida en una especie de
sueño, en un inacabable letargo, en un secular encantamiento.
Todo en ella funcionaba
automáticamente, como un inmenso mecano, como un robot de la última generación
cibernética: los semáforos tardaban 45 segundos en cambiar de color, los
ascensores caminaban todo el día hacia arriba y hacia abajo, y ella, desde
cualquier rincón, como forma honrada de
ganarse el pan de cada día, enviaba crónicas, a veces escritas y, la mayoría
habladas; a veces muy meditadas y, otras, razonable y magistralmente
improvisadas.
Con su pasión de mujer vitalista y siempre enamorada, gustaba
experimentar la vida en colores y descifrar el abanico de los mismos: el blanco
y el naranja, colores de la vida. El verde, de la naturaleza; el rojo, del amor; el azul, del cielo romano; el amarillo, del
Vaticano, y el gris de sus monumentales piedras; y hasta el morado, de la
muerte y de la esperanza
Hoy era un día muy
especial: tenía una cita; un encuentro
lejos de su Roma querida. No era un viaje más, acompañando al Papa. Nos
situamos en el mes de Mayo y el avión, casi puntual, la llevaría a Madrid para,
cercana la puesta del sol, en otro de esos ingeniosos y valiosos artefactos que
retan la gravedad, dejarla en Asturias. Su punto de llagada: el mágico Cudillero,
la inmortalizada “Rodillero” en la literatura de D. Armando Palacio Valdés. Había
aceptado participar en la
Fiesta Literaria de la
Mar y convivir unas mágicas horas con los pixuetos.
II
Por este motivo, y
por otros afines, algunos de los suyos -quienes más decían conocerla- afirmaban,
con cierto aire de superioridad que Paloma era una bohemia, una sentimental, alguien imprevisible en quien
mandaba más el corazón que la cabeza. Y, en el fondo, ¿por qué?... ¿Porque
gustaba de estar con la gente y acudir allí donde la reclamaban, aunque, como
en este caso, fuese una población no muy grande, cercana a la desembocadura del
río Nalón, a unos 50 kms. de la capital asturiana?… ¿ Y así experimentar
siempre sensaciones nuevas, y descubrir lugares de ensueño?...
No; había más: Paloma
había nacido trotamundos, ciudadana universal, “católica” en el sentido más
puro de la palabra... Y, ¡oh terrible fortuna!, precisamente en la primera
mitad del siglo XXI: el siglo de la globalización, de la cibercultura, las
estadísticas, el marketing, la reconversión industrial, las terapias de grupo,
la civilización del ocio y de la comunicación interactiva... Ella guardaba un gran secreto: somos peregrinos, nuestra
condición es ser “mulier et homo
viatores”…
III
Muchas veces, vulnerable, mendiga, al borde del abismo entre el todo y
la nada, Paloma no sabía muy bien si ser
periodista-itinerante era una gracia o una desgracia; ni siquiera si era una
pasión compartida por muchos o por unos pocos. Como en otro tiempo hiciera el manchego
Don Quijote, se preguntaba quiénes son los locos y quiénes los cuerdos: ¿los que entran en la
rueda del consumismo y de la vulgaridad o, los que saliendo de ese mismo
laberinto, contemplan el paso del tiempo y de la vida por encima de mensajes,
ideologías y rutinas al uso?
¿Por qué ocultarlo? - Su postura no era fácil
ni cómoda: ir contra corriente significaba lo que el escritor esculpió con
palabras de fuego: “Tener la verdad, es
comenzar a sufrir; defenderla, comenzar a morir”. Pero, ¡bendita muerte que
es la puerta de la Vida !
En cualquier caso, Paloma no vivía sólo para cumplir objetivos,
realizar tareas, o llegar a unas metas bien precisas. Era lo que era, y era
como era. Vivía el presente. El pasado
se había desvanecido; el futuro no había llegado. Gustar el presente y sentirse
a sí misma presente: éste era su único secreto y la razón más profunda para seguir
adelante. Nada le turbaba profundamente. Aprender, para ella, era descubrir lo
que ya sabía. Y, sin embargo, se sentía cada día, en cada momento, y al mismo
tiempo, aprendiz y maestra. En definitiva su único deseo era ser fiel a sí
misma. ¿Era lo mismo que redescubrir constantemente su identidad? - Sí y no.
Era, eso sí, aprender a decir su propia palabra en la vida, única, original,
irrepetible. Porque la vida es mucho más que un laberinto cerrado y sin salida…y
porque la vida no puede vivirte…
IV
El avión aterrizó en
Ranón con envidiable puntualidad. Antes de participar en la Fiesta Literaria ,
quiso, aunque no fuera más que por unos privilegiados momentos, descubrir el
Cudillero más genuino: su barrio pixueto. Bajó al puerto. Miró en dos
direcciones: al frente, la mar. Y, a su derecha, las casas casi colgantes,
mitad marineras y mitad semirurales. Y, entonces, sólo entonces, encontró como la
llave de una nueva luz, de un nuevo por qué, de una nueva respuesta. Fue como
una intuición, a la que no se atrevió ni siquiera dar nombre. Sintió que
aquello no le era desconocido. Tampoco un sueño. En su cabeza, los interrogantes
se multiplicaban; en su corazón se transformaban en vuelos de luz y libertad,
en sentimientos de profunda alegría.
El vértigo de de las
sensaciones inundaban y ahogaban sus huesos, sus fibras, sus porqués más
inconfesables. El sol, ya casi escondiéndose, la semioscuridad que nacía en el
horizonte, la bella combinación de naturaleza y obra humana, trasparentaban las
formas y, al mismo tiempo, ocultaban un cierto misterio. Detuvo sus pasos;
reposó, durante unos minutos, en el banco de madera más cercano al mar. Cerró
sus cansados párpados. Y descubrió, de nuevo, dentro de ella, ese espacio y esa
presencia inabarcables. Entonces comprendió que era hija de las preguntas, faro
desnudo y caprichoso, a veces, en medio de la niebla de la vida.
Escuchó el agudo canto de
unas gaviotas. Abrió los ojos y volvió a
experimentar una total y profunda experiencia de plenitud... Con el corazón,
todavía encogido, pudo exclamar con un hilo pequeño, pero profundo, de voz: ¡“Existe
la novedad”!...
Cuando la llamaron por su
nombre, la fragilidad de sus propias y más encendidas emociones dejó paso a la
ruptura del hechizo: volvía a ser de nuevo Paloma Gómez Borrero.
V
Ya, en la habitación
de su hotel, ante su portátil, tratando de imprimir lo que serían sus palabras
como invitada en la
Fiesta Literaria , redescubrió
el símbolo mágico y casi mítico de nuestra era: el ordenador. Fue capaz de
retarle, de mirarle con ojos diferentes, y, lo que es más importante, de
arrancarle su secreto. Ahora sabía por
qué esa máquina cibernética, nunca hablaría, ni gustaría, ni sentiría: le
faltaban ojos para contemplar, manos para alargar su memoria, corazón de carne
para compartir y vibrar.
Todo lo contrario de
ella, de Paloma. Cuando se engolfaba en sus más íntimos sentimientos, se
experimentaba como un ser complejo y poliédrico, como un puzzle o mosaico
ecléctico: luces y amores de Juan de La
Cruz ; ironías quevedescas; tulipanes y saudades de Bécquer; búsquedas y
preguntas de José Hierro; malvas y
ternuras de Juan Ramón Jiménez; oraciones y blasfemias de León Felipe. En
definitiva, escritora sentiente de lengua afilada, ojos de búho, corazón de
niño, manos de madre y pies de peregrino. Extraña y real combinación para
entretejer una existencia.
En su ser luchaban personas, vivencias, tiempos, escritos. Y se
preguntaba ¿cuándo y dónde encontrar la unificación?... Es cierto: también
gustaba sensaciones de reposo; las menos. Y en el fondo, todo era consecuencia
de ese necesitar buscar más y más… y de esa vocación por descubrir y hermanar
nuevas gentes y nuevos lugares.
VI
¿Sería hoy comprendida
su palabra y su mensaje? ¡Qué importaba! Ella pondría toda su fuerza, en su
corazón y en sus labios. De cualquier forma, habría merecido la pena descubrir este
Cudillero acogedor y generoso; su paisaje y su idiosincrasia únicos.
Caminaba hacia el
salón literario. De nuevo, un regalo inusual: la belleza del atardecer con el sol
poniente de frente, perdiéndose-desgranándose en el horizonte, nadando entre
luz y agua… ¡Bastaba un atardecer!
Como en otras muchas ocasiones, con el rito de
siempre, cogió sus cuartillas, que le servirían de guión. Lo escrito, ante todo
y sobre todo, quería ser vida. “De la vida sólo se puede hablar desde la
vida”, se repetía una y otra vez. Lo hablado será sólo un medio, un
sacramento, un puente. Sin los ojos el hombre es un ser ciego. Sin la
palabra, no es posible ser hombre.
Definitivamente, Paloma era diferente. Había nacido poetisa-profeta,
rastrea-dora de verdades, testigo de lo auténtico, soñadora libre, aventurera de
lo intrépido. Paloma no era sólo Paloma; Paloma no era solo la “novia del
Papa”; su vida no era sólo su vida; su presencia no era sólo su presencia; sus
palabras no eran sólo sus palabras. Parafraseando a Tagore: “!Mujer, Paloma, eres, en verdad, mitad mujer y mitad sueño!!
Finalizo con unas coplas que, con tanta gracia, cantan los
pixuetos y pixue- tas, aquí, en Cudillero. Te las dedican ellos con cariño; me
atrevo a ponerlas voz en esta
tarde-noche tan mágica y entrañable:
“Dicen que tienes,
que tienes,
morenita
encantadora,
dicen que tienes,
que tienes,
la sal del mundo en
arrobas…
Tienes unos ojos
niña,
que alumbran más
que la luna,
como que cuando los
cierras
se queda la tierra
a oscuras…
La despedida te
doy;
la que da Dios en
lo alto;
gloria al Padre,
gloria al Hijo,
gloria al Espíritu
Santo”
Paloma, gracias por haber venido y estar entre nosotros.
Gracias por descubrirnos lo mejor de nosotros mismos.
Gracias por haber dignificado tu vocación de periodista.
Gracias por tus palabras, siempre llenas de ternura y color.
Gracias porque eres un regalo del Dios Bueno y Amoroso.
Gracias, sencillamente, por ser como eres y lo que eres.
Que el Señor te siga bendiciendo: “¡Vivas, crescas, floreas!”
+ Raúl Berzosa, Obispo Auxiliar de Oviedo
17 de Mayo de 2008.
17 de Mayo de 2008.
XXVI CUADERNO LITERARIO “ESCRITORES EN CUDILLERO”
DE
ROMA A CUDILLERO:
DE
MAR A MAR
Autora: Paloma Gómez Borrero
Buenas
noches.
Comprenderán
que estoy un poco emocionada después de haber escuchado todo lo que ha dicho
don Raúl, al que conozco y quiero desde hace muchos años y que tienen todos
ustedes la suerte inmensa de tener muy cerquita y muy cercano. Gracias, don
Raúl, por sus palabras.
Queridos amigos:
De Roma… de Roma se
puede ir a cualquier sitio. También a Cudillero. Estoy por decir que mucho
mejor a Cudillero que a cualquier otro lugar. Porque venir de Roma a Cudillero
es ir, como dice el Salmo, “de mar a mar”.
Quien viene de Roma,
viene de las orillas del Mare Nostrum,
un mar grande, arrogante, empenachado por ambiciones seculares de Imperios
rotos a jirones en medio de su oleaje. Un mar tan ensoberbecido en su crestería
de espuma blanca, que consiguió el nombre de Mar Medi Terraneum: “el mar que está en medio de las tierras”; como
quien dice: el mar de los mares, el único mar. ¡Como que es el mar interior más
grande del mundo y el único que se da el gustazo de lamer las costas de las
tres penínsulas del sur de Europa: la Ibérica , la Itálica y la Balcánica ! Lo cual es tanto como decir que el
Mediterráneo es el mar más gitano, el más embaucador, el más chulo, el más
ardiente y… el más torero, vaya. Se adorna con un saludito breve a otros dos
marecillos a los que mira con indisimulada conmiseración: el Mar Negro y el Mar
Rojo. Se asoma, displicente, por el estrecho del Bósforo, a mirar al primero,
sin dedicarle siquiera una sonrisa. Y al segundo le hace un guiño gallardete
desde la balconada de sol del Canal de Suez. Negro y Rojo… ¡Qué horror de
mares! Negro como el luto… rojo como la sangre.
Eso sí, cuando el
Mediterráneo se pasea por el estrecho de Gibraltar, sintiendo en sus entrañas
el cosquilleo de los langostinos de Sanlúcar de Barrameda y los camarones de
Cádiz, ¡entonces sí!, entonces ensaya el mejor gesto para dar los buenos días
al Atlántico. Porque este sí que es un océano. Eso, ¡lo primero! Y después… es
que es el padre del Cantábrico. Y éstas son palabras mayores, por muy Mare Nostrum que sea el Mediterráneo y
por mucho que conserve cien mil cédulas nobiliarias en sus baúles.
Que sí, que se lo digo yo que vengo de allí. Yo que he sentido ayer en el rostro, ya bien temprano, di buon mattino, como dicen los italianos, el bofetón sudoroso de la brisa mediterránea, y que ahora, un puñado de horas después, me siento acariciar por el frescor cantábrico. Lo que les digo: de mar a mar. Del zarandeo de olas embravecidas que pasan a través del non plus ultra, al non plus ultra de la serenidad deleitosa que pasa a través de Cudillero y se queda en cada una de las calles de Cudillero y empapa de luz atardecida los horizontes infinitos de Cudillero.
De mar a mar… Vengo de
aquél, tan potente, tan pagado de sí, tan dominador, tan mar de los mares. A
éste, tan discreto, tan insonoro cuando no se viste de galerna, tan
recatadamente agazapado en una cornisa donde anidan las gaviotas y donde van a decirse
“¡quieroté!” los enamorados. Y… ya
ustedes adivinan con cuál me quedo, ¿verdad?
Y miren que el
Mediterráneo tiene su aquél… Sobre todo porque evoca a un Pescador con la P mayúscula, lugarteniente de
otro Pescador con más mayúsculas todavía… El Mediterráneo vino a ser, hace dos
mil años, el pasillo de la casa de Pedro. Ese Pedro que debe hoy sentirse tan
mal, tan poco a gusto en su broncíneo pedestal, al que miles de peregrinos se acercan a besar y a tocarle el pié. Cuando
les veo, se me dibuja por dentro una sonrisa recordando los versos que me
escribió Rafael Alberti, que quizá alguno de ustedes conozcan:
Di Jesucristo ¿por qué
me besan tanto los pies?
Soy San Pedro aquí sentado
en bronce inmortalizado.
No puedo mover los pies
ni pegar un puntapié,
pues tengo los pies gastados.
Señor, déjame bajar al río.
Déjame ser pescador,
que es lo mío.
Pues a aquel Simón, aquél
pescador impulsivo y noblote, el Maestro le cambió el nombre
(Cefas=Piedra=Petrus) cuando le encargó encabezar una lista misteriosamente
ininterrumpida de pescadores. ¡Ya van 265! Yo me he pasado la mitad de mi vida
hablando de uno de esos pescadores. Se llamaba Karol, Karol Wojtyla. Un día, el
Pescador de la Mayúscula
más mayúscula, también le cambió el nombre. Y el mundo le conoció por Juan
Pablo. Dio voz a los que no la tenían; a la Iglesia
del silencio y a los que sufren injusticias, a los que les pisotean sus
derechos, a los desheredados, a los más pobres y abandonados. Mijail Gorbachov,
en aquél viaje histórico en el que por primera vez un Secretario de la Unión Soviética
entraba en el Palacio Apostólico para encontrarse con él, al salir de aquella
audiencia extraordinaria, en la que estuvieron a solas nada más y nada menos
que sesenta minutos, el político le dijo: “Me siento feliz de encontrarme ante la Autoridad más grande que
tiene el mundo; me siento orgulloso porque es un eslavo”. Y Juan pablo le
respondió: “Somos dos eslavos, señor Presidente, a los que la Providencia ha puesto
en el mismo camino, porque tenemos que hacer un mundo de paz”
Era un ser
extraordinario. No dejó mar por pescar; ¡los barrió todos! O mejor dicho, le
quedó uno: Cudillero. Pienso que Juan Pablo II, aquel amante de la naturaleza y
de la vida, de la verdad y del amor, la hubiera gozado mucho aquí. Hubiera
estado feliz pescando una tarde en esta villa marinera, sorprendiendo a los
pescadores pixuetos para hacerse uno
de ellos. Que también sabría él arrojar huevas al seno fecundo de la mar,
aguardando el gozo de la recolección en esa pesca de hombres en la que vivió
empeñado hasta la extenua
A aquél fornido
Pescador polaco, que se metió al mundo entero en su red barredera yo tuve el
privilegio de seguirle en sus 104 viajes. Pero, ¡ay!, no pudimos venir a
Cudillero. Y ahora me encuentro aquí, medio hipnotizada por el embrujo seductor
de su hablar, de su cantar, de su yantar, de su danzar… Yo no sé -¿qué quieren
que les diga?- si el nombre de Cudillero viene de un codillo de la majestuosa
montaña astur. Tampoco sé si los primeros pixuetos
unos pescadores que se refugiaron aquí en el fragor de una tormenta
cántabra. Pero no me cuesta creer que la leyenda tenga no pocos ribetes de
verismo. Porque yo me refugiaría aquí, sin dudarlo, para huir de mis
tempestades cotidianas. Roma es una tormenta permanente. Su tráfico, su calor,
sus prisas… La Roma
temporal está tan entreverada con la
Roma eterna, como lo están el hombre carnal y el espiritual.
Y, claro, las tormentas traen un aparato eléctrico en proporción a esa mezcla.
Me refugiaría aquí,
sí. Y, sentada frente al mar, me dejaría sosegar por el eco de aquella voz
cálida, enérgica, amasada de verdades imperecederas. Y, junto a la playa del Olio,
con el retablo de fondo de La
Peñona y La
Redonda , escucharía los sones de esa voz, rebotando limpia en
los tornavoces de de Brañaseca, Novellana o San Martín de Luiña. Y la voz
repetiría aquí lo que hace casi 20 años dijo Juan Pablo II a la gente de la mar
en un puerto comercial tan emblemático y muy vinculado a España, como el de la
italiana Gaeta:
“El mar, con el cual la historia de vuestro pueblo está estrechamente
ligada es, como sabemos, una criatura de Dios, una manifestación de la grandeza
de Aquél que guía nuestras vidas en el tiempo. Pero la misma imagen del mar, no
siempre pacífica y serena, a veces incluso atemorizante, nos sirve también para
recordar las pruebas a las que Dios nos somete de tanto en tanto para probar la
fuerza de nuestra fe y la firmeza de nuestra esperanza. Aun así, nosotros
sabemos que no hay en la vida tempestades de las que el Señor no pueda
salvarnos, para reconducirnos al puerto de la seguridad y de la paz”.
Tenía que ser él, el genial e inolvidable
Pescador polaco, el primer Papa (¡fue el primero en tantas cosas!: el más
viajero, el primero que cantó y que bailó con los jóvenes, el primero que entró
en una Sinagoga y en una Mezquita, en un campo de exterminio, el de Auschwitz,
al que él llamó el “Gólgota contemporáneo”, donde el hombre fue más cruel que
nunca con el hombre, pero donde también puede existir el amor, decía que tenía
que ser el primer Papa que presidiera una ceremonia deliciosa: “Los esponsales
con el mar”!, en Cervia, Rávena. Fue en mayo de 1986. Allí, frente al Adriático
(otra vez el Mare Nostrum…), dijo
Juan Pablo II:
“He bendecido el mar como se bendice la casa, porque el mar para
vosotros es el espacio de la casa prolongado, el lugar donde compartís vuestras
vicisitudes ciudadanas. Lo he bendecido como se bendicen los campos que dan el
sustento. Lo he hecho para expresar junto con vosotros sentimientos de gratitud
por el pasado y para invocar protección para el futuro.
Para vosotros el mar es generoso, más aun que los campos. Vosotros lo mantenéis
precioso, como los agricultores la tierra. El mar es vuestra tierra: los
marinos no sólo viven en el mar; viven del mar y casi para el mar…
El rito de los esponsales del mar es una imagen muy bella, nacida en
clima cristiano, con un fuerte significado. Quiere decir que vosotros pensáis
siempre en el mar, no sólo como medio de vida, sino casi como una realidad
viviente que forma un solo cuerpo con la ciudad… Cristo ha establecido un
vínculo particular con toda la realidad de la naturaleza, y con su Redención ha
conferido a la naturaleza una dignidad y una nobleza que son, al mismo tiempo,
un privilegio y un reto” Vosotros, los de Cudillero, cuidáis con tanto mimo
vuestros bosques, vuestros acantilados, vuestro mar, el paisaje, porque sabéis
que es verdad que si quieres la paz, debes preservar la naturaleza.
La
verdad es que suenan bien estas palabras aquí, en Cudillero, cuyo escenario
natural podría servir a un preciador para tejer con descripción colorista el
episodio de de la tempestad calmada por Jesús en aquel pequeño mar de Tiberíades:
“¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Y
levantándose, gritó a los vientos y al mar y vino una grande bonanza”. Y se
me antoja que surgió Cudillero, “al pie de una alta meseta rota por un barranco
que va a morir al mar”. Surgió Cudillero como un prodigio vertical, como un
canto silente a la trascendencia, como un rotundo mentís que se impone con
personalidad arrolladoramente propia a todos los horizontalismos esterilizantes
que en el mundo han sido, son y serán. Surgió Cudillero, como un dulce,
irresistible tirón hacia las alturas. Surgió Cudillero, como un piropo
engarzado en la gargantilla risueña de la cordillera Cantábrica.
Definitivamente, queridos
amigos, me quedo con este mar. Para los que quieran imperios, que a la postre
naufragan, quédese el Mare Nostrum (¡el Mare Summum!) con
todos sus Leviatanes retozando en piruetas de arrogancias inservibles. Yo,
quiero sentir en mi rostro la caricia mágica de la brisa que sube por “La Rodilla Astur ”; me quedo con
esta cornisa hechicera del Cantábrico, y con este monumento divino a la
naturaleza y a la sabiduría del hombre que es Cudillero.
De Roma a Cudillero.
Sin dudarlo. De mar a mar. Pienso que incluso a San Pedro, el rudo y fogoso
pescador galileo, le hubiera gustado echar la red en vuestro mar… Como entonces
no pudo ser, ha querido quedarse como Patrón… ¡Pedro de Galilea, se ha hecho pixueto para siempre! ¡Qué suerte tiene
él… y… Vosotros!
Y permitidme que os
diga sobre todo: Gracias. Gracias por haberme hecho el regalo de venir hoy y de
conoceros. Gracias por haberme descubierto un Paraíso en la tierra… porque
Cudillero es… ¡El Piropo de Dios a la Madre
Tierra !
Muchas gracias.
oOo
Me
van a permitir, porque va a resultar casi imposible saludarles y agradecerles a
todos el cariño con que me han acogido. A todos los amigos que me han ido
llevando y enseñando todos los rincones del Concejo esta mañana: Las Brañas
vaquerias, las iglesias de San Martín y Soto de Luiña, la capilla del
Humilladero y, por supuesto, he estado en la ermita de Santa Ana de Montarés y,
cómo no, he “rustrido” las cadenas por mi cuerpo…
Y,
para terminar, quiero contarles algo que existe en Nápoles y que es, yo creo,
lo que quería expresarles a ustedes. Nápoles es una ciudad que ha pasado desde
las erupciones hasta la miseria más grande y sin embargo -o acaso por ello-
donde existe la verdadera solidaridad y donde descubrí algo que me emocionó
mucho.
Íbamos
unos cuantos compañeros por el barrio más pobre de Nápoles, el de Forcella, y
entramos en un café –Nápoles huele a café, el napolitano tiene que beber café
aunque no pueda comer, por eso es tan famoso el café a la napolitana-. Bien,
entramos en aquél café, tomamos nuestro expresso y vimos que un señor llega y
pide “Un café pagado”. La cajera dijo: “Un café pagado para el señor”. Después
de un rato, entra otro y dice: “Un café para mí y dos pagados”. Sentimos una
gran curiosidad, por lo que me acerqué a la cajera y le pregunté qué
significaba eso de un café pagado, dos pagados. Y me respondió: “El primer
señor que ha venido, no tenía dinero para pagarse el café; el otro, en cambio,
sí tenía y ha dejado dos cafés pagados. Tenemos siempre cafés pagados para
quien no tiene posibilidades de tomarse uno”. Yo creo que eso es solidaridad
auténtica.
Pues
bien, quiero decirles que ustedes en Toma, cerca de la Plaza del Vaticano, en la viale
Angélico, tienen siempre un café pagado.
Paloma Gómez Borrero
17 de Mayo de 2008
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